Una casa en Bogotá que brota de la montaña

Esta casa en la sabana de Bogotá, incrustada en una topografía rocosa, dialoga con el paisaje a través de sus volúmenes contundentes. El enfoque bioclimático y la automatización hacen que la vivienda viva en un equilibrio entre lo moderno y lo rústico.

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Hay casas que se explican desde la forma y otras, desde la atmósfera que plantean. Esta, situada en lo alto de un cerro entre Madrid y Tenjo (Cundinamarca), se entiende desde el territorio: desde el viento que la rodea, la pendiente pronunciada que la sostiene y la presencia milenaria de las rocas que emergen detrás de ella como una memoria geológica. Allí, en un lugar marcado por relatos de antiguos asentamientos indígenas, el arquitecto Giovanny González concibió una vivienda que parece haber nacido del mismo paisaje.

“La ubicación y el clima fueron determinantes en el diseño —afirma González—, pues estábamos frente a un terreno con una inclinación importante. Lo primero fue entender cómo no imponernos, sino adaptarnos a esa condición”. Para poder construir, fue necesario abrir un acceso y anclar la obra en la montaña. Así, el proyecto se organiza en tres niveles: un primer nivel incrustado parcialmente en la roca —que alberga parqueaderos, cuarto técnico y una sala de cine íntima— y dos plantas superiores donde se distribuyen las zonas sociales y privadas.

La casa tiene más de mil metros cuadrados construidos y, sin embargo, no se despliega hacia el interior, sino hacia el horizonte. Desde casi cualquier punto, el paisaje es protagonista: la sabana de Bogotá se extiende completa bajo la mirada, y en días despejados es posible distinguir hitos lejanos entre montañas.

Por eso, la fachada principal es un plano acristalado continuo, protegido por un alero profundo en tonos tierra; este marco es el que le da una personalidad moderna a la vivienda. “Era fundamental que recibiera la luz de la mañana para ser cálida, sin necesidad de calefacción, y que se protegiera del sol por la tarde, que podría ser molesto si golpea directamente”. Los muros dobles y la altura controlada de los espacios ayudan a mantener una temperatura confortable por las noches.

El lenguaje arquitectónico les apunta a los volúmenes puros y las líneas limpias. Un cuerpo blanco en voladizo —que alberga la habitación principal— se proyecta hacia el vacío. “Ese volumen es una pieza que dialoga con el afloramiento rocoso posterior, como si parte de la montaña se hubiera desplazado hacia adelante para formar la casa”.

El diseño de la casa

La casa también incorpora sistemas de domótica, paneles solares para energías limpias y recolección de aguas lluvias para jardines e inodoros. Modernidad y sostenibilidad conviven sin ostentación con este enfoque de bioclimática y automatización.

Uno de los aspectos más particulares del proyecto es la manera “coreografiada” en que se circula. Atendiendo a un pedido de los propietarios, la vivienda cuenta con dos puntos fijos independientes —dos escaleras principales—; esto permite que las áreas privadas, las habitaciones familiares, nunca tengan que cruzarse con el tránsito social del resto de la casa.

“Queríamos que la vida en familia pudiera fluir con intimidad, sin perder amplitud ni conexión”. A ese sistema se suman rampas con accesibilidad total, lo que genera que el lugar sea dinámico, que haya un juego de movimientos hacia arriba y hacia abajo para recorrerlo.

En el exterior, el proyecto se abre hacia un deck con zona de BBQ, jacuzzi y pérgolas orientadas directamente al cerro rocoso posterior. “Más que hacer una casa, construimos una relación entre las personas y su paisaje”, señala González.

La casa, habitada hoy por una familia de cuatro, es resultado de una colaboración cercana entre el diseño de González y las peticiones e ideas de los propietarios, quienes acompañaron el proceso. 

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