Al aproximarnos al edificio del Museo de Arte del Banco de la República, nos vamos haciendo conscientes de su relación con Bogotá. Aunque se encuentra en La Candelaria —un barrio del casco histórico que les confiere identidad a los habitantes a través de sus arquitecturas coloniales y republicanas—, redefine el paramento al crear una plaza pública aterrazada, que convoca y libera la tensión que generan las construcciones vecinas, cerradas hacia la calle. Así, le devuelve a esta zona un elemento que había perdido: el centro de manzana.

Sin embargo, esto no habría sido posible sin una estrategia de composición arquitectónica: liberar la esquina más visible del lote —la de la calle 11 con carrera 4—, para que sirviera de conector urbano. “El vacío se volvió protagonista; un espacio que respira y conecta, en medio de un centro histórico valioso pero escaso de espacios públicos”, afirma el arquitecto Juan Carlos Rojas, coautor del proyecto junto con el arquitecto Enrique Triana Uribe.

Gracias a esta operación, el Museo de Arte estableció una continuidad peatonal con el Museo Botero y el Museo Casa de Moneda, tejiendo un corredor cultural que hoy define una de las experiencias urbanas más significativas del centro histórico de Bogotá. Así mismo, los patios interiores cerrados de ayer se convirtieron hoy en pasajes y jardines que invitan a recorrer la arquitectura como si fuera parte del espacio público.
Sobre el Museo de Arte del Banco de la República
Con la perspectiva que dan los años, Rojas reconoce un cambio que haría hoy: rediseñar las escalinatas sobre la calle 11 para convertirlas en una gradería. Ese gesto, aparentemente banal, ampliaría las posibilidades de apropiación del lugar y permitiría que la plaza funcionara también como escenario para actividades y encuentros múltiples.

Finalmente, el Museo de Arte del Banco de la República demuestra que no hacen falta muros para ser arquitectura. Al vaciar el espacio en vez de edificarlo, la ciudad encontró una nueva forma de relacionarse con sus habitantes.
