El apartamento original tenía dos pisos. Era un dúplex con una vista inmejorable sobre la ciudad, que ocupaba las plantas superiores de un edificio de arquitectura tradicional bogotana construido alrededor de 30 años atrás, ubicado sobre los cerros orientales de la ciudad. 

Cuando su ahora propietario se interesó en comprarlo, acordó primero con la copropiedad que iba a ampliarlo a un tercer piso, haciendo uso del remate del edificio. Su visión se tradujo en un amplio y generoso hogar.

La arquitectura interior estuvo a cargo del arquitecto Fidel Mendoza y luego complementado en compañía del diseñador Reinhard Dienes. Finalmente, Beatriz Gómez, estuvo a cargo de acompañar a sus dueños a terminar el proceso de decoración del apartamento a través de una curaduría de arte, entre otras cosas.

Según Mendoza, su gran tamaño, que en principio parece una ventaja, fue el mayor reto a la hora de diseñar su arquitectura. «Yo no quería que la amplitud generara una sensación de soledad, sino de sosiego y recogimiento, pero fue difícil con un área tan generosa», explica Mendoza.

«Por eso, se escogieron materiales sobrios y nobles que aportan elegancia, dividan los espacios y no llaman la atención». Con esto en mente, distribuyeron los 750 metros cuadrados habitables de la vivienda, con múltiples áreas para habitaciones, salas y espacios de estar, un home office, gimnasio y la terraza, con una zona cubierta y otra descubierta.  ​

«El programa esta dividido en tres niveles que se conectan por una escultórica escalera. En el primer nivel, por el que se accede al apartamento, se encuentra el salón principal, estar de chimenea, comedor, cocina, servicios y una oficina. En el segundo nivel está el gimnasio, las habitaciones auxiliares y la habitación principal, a la que se le hizo un baño que aprovecha la luz natural para crear una atmósfera tranquila y relajante», cuenta Mendoza

En el tercer y ultimo nivel, que se construyó desde ceros, hay un patio que enmarca la vista panorámica de la ciudad y a su vez, se articula el estudio con el estar. Así, explica Mendoza, «se unen sensorialmente los diferentes espacios. A través de la terraza o camino hacia el baño, aparece un volumen envuelto en vidrio martillado para que atraiga la luz y los diferentes colores del de su entorno al interior».

El proyecto se ejecutó en medio de la pandemia, durante el 2020, lo que supuso varios retos en su desarrollo. A los seis meses de iniciarlo, el propietario conoció a su actual pareja, y los dos ajustaron la visión del diseño de común acuerdo.

Finalmente, una vez que sus dueños entraron a habitarlo, llamaron a Beatriz Gómez para terminar de vestirlo. “Al llegar al penthouse, te sorprendes. ¡Es una casa en el aire! (…) El diseño es como ir al psicólogo. Se hace primero una lista de sueños. Se trabaja para entender y conocer el gusto del cliente, y así se logra generar una propuesta adecuada a su carácter”, explica Gómez. 

La decoración del apartamento

La arquitectura buscó componer un espacio cálido y sosegado. La madera, en diversas expresiones, se complementa con variaciones del taupé y algunos pocos acentos en blanco, para servir como telón de fondo, cálido y tranquilo, de la vida diaria.

En este contexto, la escalera que conecta los tres niveles se alza como protagonista, sin estridencias. Su geometría fluida, color blanco y líneas limpias resaltan sobre el trasfondo natural de los acabados. Junto a ella, en el primer nivel, ubicaron una escultura amarilla de la artista Verónica Matiz. “Todas las obras son de artistas colombianos y se hicieron especialmente para el lugar. Esto le da color, vida, pero no le quita el balance”, afirma Beatriz Gómez.

En torno a la escalera aparecen también la Bailarina amarilla, obra de Juliana Bernal; una serie de cuadros elaborados por el artista inga Kindi Llatju, y algunas pinturas de Libardo Pineda. El nido, la barca, las aves: el arte en este espacio habla de navegar, de volar, de crecer, y llena de sentido y de vida el apartamento.

“Las áreas son muy grandes, por lo cual fuimos muy cuidadosos en el momento de escoger los elementos que pensábamos incorporar”. Las obras de arte y los objetos decorativos tienden a ser generosos, poblando el lugar a partir de pocas piezas. Siguiendo este criterio, se posa sobre la mesa de centro de la sala una escultura de Alejandro Frieri, y sobre el muro del comedor, un telar de Monica Burnstein, que “le da tridimensionalidad al espacio”. 

La vegetación sigue la misma línea, esto es, pocos elementos, pero de tamaño significativo. Explota de exuberancia en el jardín ubicado en el interior del baño principal y se incorporan de manera más tranquila las rosas rojas de la obra de Sebastián Caicedo en el espacio social. 

Así mismo, la fotografía desempeña un papel importante en el diseño. “Las fotos dan profundidad a los espacios y a los corredores”. Aparecen así algunas imágenes de Daniel Williams, y en el corredor se puede apreciar una de Angkor Wat, que flota sobre un plano de madera y da la impresión de que el lugar pierde sus límites. “Las paredes de madera no se perforaron. Frente a ellas, el arte se cuelga del techo, respetando el acabado”.

Tanto el diseño arquitectónico como la decoración buscaron generar un lenguaje sobrio, tranquilo y atemporal. La iluminación indirecta y la paleta monocromática cumplen su papel en la construcción del sosiego.

“Quisimos darle el último toque para hacerlo agradable, que se sienta como un hogar”, puntualiza la diseñadora.

Cinco puntos para destacar de esta obra

1. La madera la despliegan de formas diversas por todos los espacios para generar una atmósfera cálida y acogedora.

2. La paleta de color la restringen a suaves variaciones del taupé, con el fin de crear un trasfondo homogéneo y tranquilo.

3. El arte juega un papel fundamental a la hora de vestir y llenar de carácter el apartamento.

4. ⁠La escalera blanca se vuelve protagonista a partir de una geometría sencilla y contundente.

5. ⁠La decoración la plantean por medio de pocos elementos de escala grande para poblar el espacio sin recargarlo.