Desde lo público, la arquitectura puede generar espacios que garanticen los derechos fundamentales de los territorios olvidados. Estas son algunas apuestas de diseño que permiten transformar socialmente las zonas críticas del conflicto armado.
1. Un diseño para la educación
En Tumaco, se logró dar arranque a la sede universitaria Mar Agrícola, diseñada por el arquitecto nariñense Jaime Chamorro, que tenía un gran potencial arquitectónico para los municipios cercanos, pero que evidenciaba un síntoma de abandono por la falta de recursos de la Universidad de Nariño.
Ahí es donde las entidades de paz —y el esfuerzo de la propia universidad— entran a recuperar el moderno edificio y a mejorar las instalaciones con laboratorios, transporte, equipos y adecuaciones, con el fin de atender una población de 1.600 jóvenes sin una respuesta clara para ir a la universidad.
Y lo mismo ocurre en Barbacoas, en la región del Telembí y epicentro del conflicto actual en Nariño. Gracias al trabajo de este proyecto, a principios de año se recuperó un edificio usado por la Alcaldía para un hospital, y que se entregó para levantar un centro de educación superior con programas enfocados en artes y oficios de esta región aurífera.
Con recursos que rondan los 10.000 millones de pesos, en estos momentos se están haciendo los estudios de pertinencia y ya están los diseños arquitectónicos para tener una solución efectiva en menos de doce meses.
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2. Un museo sobre hacerse a sí mismo
El Museo de la Ciudad Autoconstruida (MCA) está ubicado en el barrio El Mirador, en el extremo suroccidental de la localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá. Es un símbolo de resistencia y autogestión, al que se puede llegar en TransMiCable.
Ese paseo aéreo por buena parte de la localidad sirve como contextualización para entender cómo se ven y funcionan la mayoría de los barrios de ese sector de la capital, en los que existe un concepto clave: la autoconstrucción.
Posteriormente, en el museo, ese viaje se completa con toda la información que se encuentra allí sobre la historia, las luchas, los dolores, las costumbres, las prácticas y las iniciativas de paz que se han llevado a cabo en Ciudad Bolívar en los últimos 30 años.
Y es que la transformación del sector comenzó justamente a finales de 1993, cuando la comunidad organizó un paro cívico con el fin de exigir ciertos cambios para mejorar las condiciones de la localidad.
Gracias a esto se han ido logrando algunas mejoras, como la presencia de una sede de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas o, precisamente, la construcción del TransMiCable. Inaugurado en 2018, este teleférico puede transportar a 3.600 personas cada hora y les ahorra a sus usuarios tiempo y esfuerzo para llegar a sus casas y sitios de trabajo.
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3. Tejer esperanza
Un artesano —desplazado por la violencia— aprendió el oficio del tejido gracias a la oportunidad que le dio Casatrama, un estudio bumangués que produce mobiliario y objetos de diseño a partir de residuos textiles de las grandes fábricas.
A veces, la habilidad y el talento afloran de manera inesperada, casi por necesidad. Algo así fue lo que le pasó al tejedor Robinson Cardona, quien durante gran parte de su vida no sospechó que su verdadera vocación estaba en el quehacer manual y que sería la inspiración de un equipo de artesanos en un taller de diseño de su ciudad natal: Bucaramanga.
Cardona se enteró de que en Casatrama, un taller de diseño artesanal, buscaban un tejedor. “La verdad, yo fui porque necesitaba trabajo. Tenía deudas y obligaciones. Sin embargo, poco a poco le fui cogiendo el gusto al oficio, hasta el punto de que hoy tejo porque me apasiona».
En este punto, a nueve años de haber comenzado su sueño, los emprendedores de Casatrama distribuyen sus productos por todo el país e incluso los exportan. “De la mano de Robinson, hemos crecido”, asegura Paula Soto Jiménez, directora creativa de la empresa, y no se trata de un simple decir, puesto que es literalmente el trabajo manual de artesanos como Cardona, el que hace que este estudio bumangués evolucione y pueda llevar a cabo su labor ecológica y artesanal.
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4. La transformación del barrio Egipto
En una construcción hecha con containers y guadua, la Fundación Buena Semilla les enseña a expandilleros, niños y mujeres mayores un camino distinto al de la delincuencia. Allí elaboran tejidos con telares y artesanías en madera como una segunda opción de vida.
El arquitecto Andrés Franco, amigo de Édinson Elías, se encargó de diseñar este espacio. Sin embargo, fueron las manos de toda la comunidad las que subieron y bajaron los materiales, martillaron y pintaron, para al final lograr esta construcción. A partir de ese punto, y como sucede con los oasis, la vida fue creciendo a su alrededor. Las paredes se pintaron de colores; cada vez menos de sangre, humo y mugre.
La Fundación tiene dos entradas: una lleva al taller de madera, que se llama Tallando Vidas, donde expandilleros hacen rompecabezas y otras figuras en madera; al salón de música, donde jóvenes aprenden a componer y a tocar instrumentos, y al huerto urbano.
La otra puerta, la segunda, conduce al taller de Tejiendo Corazones, donde un grupo de mujeres se dedica a recuperar técnicas de tejido ancestral y a elaborar ruanas, tapetes, mochilas, pulseras y otros objetos de destacada calidad.
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5. Mujeres desplazadas artesanas
Mujeres desplazadas y madres cabeza de familia buscan un nuevo camino en las piezas que fabrican en los telares de la Asociación Luz y Vida, en Bucaramanga. “Si la paz cuesta trabajo, hay que trabajar”, afirma Yoleida Ramos, representante legal de esta organización sin ánimo de lucro.
A las mujeres que llegan a la asociación las capacitan en técnicas de tejeduría, como telares verticales y horizontales, croché y macramé. No obstante, para ser parte del organismo deben participar en forma constante durante dos años en las diversas actividades, ya sea en la producción de las artesanías o en el comedor para los más pequeños. “Cada día fortalecemos la capacidad productiva de Luz y Vida, dando más oportunidades a madres cabeza de familia y desplazadas”, afirma Yoleida.
Actualmente, la asociación tiene una sede de tres niveles en el barrio Café Madrid. En el primer piso funciona el restaurante, en el segundo la parte administrativa y los telares verticales y en el tercero los telares horizontales y áreas de producción.
En estos espacios las artesanas crean desde tapices, butacos, tapetes y hamacas, hasta bolsos, guantes, caminos de mesa, mantas y chales. Es aquí donde desbordan toda su creatividad y las ganas de salir adelante a través del tejido.
Gracias a los orígenes campesinos de muchas, sus obras están inspiradas en los paisajes y la naturaleza de la región, en especial para los tapices. Para otros objetos, como las hamacas y los manteles, predominan los tonos blancos —hechos en algodón—, sin que esto signifique que no juegan con los colores para crear piezas vibrantes.
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